
Son muchas las personas a las que les encanta su trabajo, y son muchas las personas que dedican horas y horas al mismo, hasta llegar a tener serias dificultades para desconectar al mismo. Son muchas las personas para las que su negocio lo es casi todo y viven permanentemente dedicados a él, y sin duda quien firma no tiene ninguna vergüenza ni rubor en admitir que se encuentra entre ese grupo de “adictos al trabajo”, pero deben de ponerse límites al respecto, límites para que nuestra propia salud física y mental no se vea alterada. Hace unos años esa dedicación permanente y casi obsesiva (cuando no directamente obsesiva) a nuestra actividad profesional era vista como algo positivo y destacable, algo que parecía te convertía en un profesional implicado, con ambición y era bien visto por la sociedad. Hoy, en la actualidad soplan vientos contrarios, vientos en los que impera una visión de desconexión, de separar completamente lo personal de lo profesional, para quien firma lo ideal es ni lo uno ni lo otro. Es decir, probablemente esa obsesión desmedida y esa falta de desconexión total que era ensalzable ante la sociedad no era positiva, como tampoco para quien firma es positivo que en la actualidad se haya pasado a un “dejar hacer”, donde mucha de esa obstinación, garra y ganas de comerse el mundo se han perdido, e impera una visión mucho más liviana al respecto. Pero sea como sea, lo que esta claro, es que esas personas (que unas vacaciones son una tortura porque no sabemos desconectar, los festivos no existen porque estamos siempre conectados y disponibles, y a las que los sudores fríos nos entran cuando llevamos más de diez minutos sin hablar o gestionar nuestro negocio y que nos sentimos perdidos sin él) bien haríamos en relajarnos y deberíamos aprender a desconectar. Aprender a desconectar, y más cuando paradójicamente en la mayoría de ocasiones se da la realidad contradictoria de que después de desconectar somos muchos más productivos y alcanzamos mucho más los objetivos que cuando alanzamos casi la extenuación o la saturación. Pero bien, muchos debemos llevarlo en nuestra sangre, y nuestro negocio, la ambición y porque no negarlo, el dinero y lo que conseguimos con él, son nuestra droga particular.