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La necesidad de enamorarse de lo que hacemos profesionalmente

Dentro de mi línea de ofrecer en este medio algunos mini relatos de mi autoría creados expresamente para este lugar y destinados a motivar o a incentivar aspectos profesionales desde un lenguaje diferente a la pura gestión empresarial, hoy quiero ofrecer este relato destinado a mostrarnos la necesidad de lo que hacemos profesionalmente, y de la necesidad de volvernos enamorar y crear si alguna vez lo llegamos a perder: Hacía tiempo que había perdido la esperanza de volverse a enamorar, hacía mucho tiempo que las ilusiones de cuando era pequeña ya había visto marchitar. Pues desafortunadamente ya hacía mucho, demasiado tiempo que su corazón y su alma se habían cansado de llorar, habían dicho basta y necesitaban un nuevo anhelo, un nuevo motivo por el que soñar y respirar. Así de poética había amanecido la mañana para una persona que había ya no solo dejado de creer en el poema de la vida, en la ilusión, en el sueño que se renueva día a día, había dejado de creer incluso en los sueños de hadas, en princesas rescatadas. Y sabia, y era muy consciente de que no podía seguir transitando, deambulando por la vida sin recobrar esa ilusión, sin recuperar esa pasión. No se trataba de volverse a enamorar, no se trataba ni tan siquiera de algo físico o de algo que no fuera su persona en particular. Ya hacía mucho tiempo que creía haberse resignado a lo que ella consideraba sus designios, ahora se trataba de algo mucho más importante, se trataba de recobrar el amor por ella misma, el amor por volver a volar. No existe el miedo si uno no tiene miedo, no existe la oscuridad si uno tiene luz, no existe el desamor, si uno tiene amor. El amor no nos viene dado, el amor se encuentra y se vive, se lucha y se consigue. El amor parte y nace de nosotros mismos, el amor está en todo y en nada, el amor es la vida, nuestra vida. El amor no es una imposición, ni el amor es un reclamo, tampoco el amor es algo que externamente nos completa, el amor, nuestro amor nos completa en sí mismo. El romanticismo no es tan solo amor, así como el amor no es tan solo romanticismo, ni el amor requiere tan solo de dos, el amor requiere de dos unos, que hacen el amor de dos. Y todo esto que tan necesitada estaba de descubrir solo en esos amaneceres cobrizos, en esos amaneceres en los que se permitía descubrir y reconocer a ella misma, sabía que encontraría el amor, porque ella era el amanecer, porque ella era el amor, su amor. Ella era simplemente y a la vez plenamente su amanecer, un amanecer que solo desde ella misma le aportaría un nuevo día, un nuevo y completo día. Un nuevo día que le permitiría redescubrir la necesidad de amar, la necesidad de ilusionarse, de apasionarse, de desear, de anhelar. Una necesidad bien diferente a aquellas que había perdido y ahora había recobrado, una necesidad que ahora partía de ella misma, de la fuerza, del amor, y de la pasión interior, pues solo desde ese interior sería capaz de proyectarlo al exterior. Sólo su interior la abriría al exterior. Y solo ese amanecer rojizo, aquel amanecer de cobre, le permitió volverse a enamorar, volverse a reencontrar.