
Poner sentimiento es tan indispensable en todo lo que hacemos un nuestro día a día profesional, como ponerle pericia, preparación, entusiasmo y perseverancia. Y es que si a nuestro día a día profesional no lo revestimos de una buena dosis de sentimiento, no nos permitirá sacar nuestro máximo potencial, y ello también resulta aplicable a lo económico, y a nuestras decisiones de índole económica. Debemos entender y conocer aquello que hacemos, debemos saber las características de aquello que gestionamos, pero sobre todo debemos estar enamorados, debemos tener una vinculación sentimental con todo aquello que hagamos. Todo lo anteriormente dicho debería ser así ya no sólo en el ámbito profesional, sino que debería ser así en casi cualquier terreno de la vida, y en casi cualquier momento, pero si nos centramos en el ámbito profesional debería ser en cualquier profesional (que no siempre, ni mayoritariamente me atrevo a decir es así), pero es vital en un empresario o en un autónomo. En un empresario o autónomo, su empresa, su actividad profesional, es su creación, es su niñita mimada que ha visto nacer, que ve crecer y que debe ver y participar en su consolidación. Y es desde esa vinculación casi filial de donde nace la gran fuerza del autónomo y del empresario con su empresa o actividad profesional. Una fuerza, que a todos los niveles, pero especialmente si tratamos de índole económica, debe llevarle a tomar las decisiones más adecuadas para su negocio, y atención, que aquí es donde en ocasiones podríamos entrar en choque, en colisión con esa vinculación sentimental que muchos de nosotros tenemos con nuestras empresas o carreras profesionales. Un buen empresario, un buen gestor empresarial siempre toma la decisión más eficiente para la empresa, la que le reporte mayores beneficios económicos o al contrario la que le reporte menores pérdidas, y si para ello tiene que determinar medidas dolorosas o incluso el cierre de la misma, lo hará, pero eso no es tan fácil cuando existe una vinculación que va más allá de lo estrictamente empresarial. ¡Y es que por ejemplo resulta muy difícil bajar la persiana para siempre de ese negocio que creamos y al que tantas cosas y esfuerzos hemos dedicado! No existe una varita mágica que nos de respuesta a esto. Obviamente si hablamos puramente de negocios, deberemos ser fríos y tomar siempre las mejores y más objetivas decisiones que podamos tomar sin tener en cuenta nuestros sentimientos, unos sentimientos que perviertan nuestra gestión económica por ejemplo en un momento de crisis, pero no siempre es tan fácil. Para los casos en los que esa toma de decisiones no resulte tan fácil dada la vinculación empresarial que podamos tener el consejo es triple: Primero, que sea como sea, debemos lograr romper esa vinculación sentimental que nos impide tomar decisiones, pues sólo de la ruptura nacerá la solución y una ausencia de solución puede suponer el yugo, el hundimiento absoluto y el empeoramiento de la situación. Segundo, y relacionado con el primero, que intentemos disociar nuestro yo de gestor de empresas a nuestro yo emocional, y para ello una buena técnica es “enamorarnos” de nosotros como empresarios, pero no de nuestra empresa en particular. Así pondremos el foco en nuestras empresas y en la posibilidad de crearlas y no en una creación nuestra en particular. Y por último, en casos graves, y en lo que lo anterior nos resulte imposible, que contratemos un ejecutivo o pongamos alguien al mando (sin perder nosotros el control del poder, pero si la gestión del día a día) que tome las decisiones por nosotros (dejándoselas nosotros tomar dándole libertad para ello y no coartándole o imponiendo, pues de lo contrario de nada servirá esta persona, de nada servirá si la convertimos en un títere limitado de lo que nosotros queremos), alguien por supuesto que no tenga cortapisas emocionales en la toma de decisiones.