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Poner coto a la negociación de nuestros honorarios

En tiempos como los que corren para una parte de la población cada vez es más habitual que cuando un cliente viene a visitarnos a nuestro despacho profesional, en el momento de pagarnos la visita, intente negociar, cambiar los precios, las formas de pago o en definitiva saltarse nuestras condiciones económicas establecidas, ante ello tengo por norma general una postura muy clara: la intransigencia. Soy de esa opinión que piensa, que cree y que defiende que nosotros tenemos los honorarios que tenemos, que tenemos las tarifas que tenemos y que a quien le parezcan bien que contrate nuestros servicios y que a quien no le parezca bien que se busque los servicios de otro que este dispuesto a rebajar sus tarifas, a negociar o bien que ya tenga por si mismo una tarifa más baja. Nunca he sido partidario de tener las tarifas bajas, pues como ya he mencionado en muchas ocasiones, creo más en el servicio de elevado coste y que aporta más calidad, valor añadido y diferenciación, que no ser uno más del montón, y por todo ello, tampoco he sido partidario de negociar los precios o de hacer modificaciones o prebendas no justificadas y que de algún modo nos convengan. Obviamente, como todo, todo tiene sus matices y sus particularidades, y sólo de nosotros depende en que momento nos “plantamos” y en cual no. Pero destáquese una cosa, aquí ya no estoy hablando de establecer un tipo u otro de tarifas como he mencionado en párrafos anteriores y como he hecho en otras ocasiones en otros artículos, aquí me estoy refiriendo en nuestra ductilidad o intransigencia con aquel cliente habitual o no, que habiendo aceptado nuestros honorarios, formas y medios de pago, luego nos intenta negociar. Evidentemente mi opción es la de mostrarnos inflexibles, pero como decía, cada cliente (y cada profesional) es un mundo y deberemos ajustar las decisiones, pues resulta evidente también que igual en algunos casos nos conviene más claudicar que perder a un buen cliente por ejemplo, o que, por ejemplo nos conviene aceptar otras condiciones antes que renunciar a una buena operación. En resumidas cuentas, el cliente debe o debería ser consciente de que acepta unas determinadas condiciones y que una vez acordadas debe cumplir con ellas. Pero desgraciadamente en algunos casos ello no es así, en esos casos, de nosotros y sólo de nosotros dependerá como decía las decisiones y la acción a tomar. Atención al respecto y una última  recomendación: decía que a veces era mejor claudicar que renunciar a un buen cliente, cuidado que con la excusa de que era (puede que ya no lo sea) un buen cliente, no se aproveche de nosotros y nos deje enganchados. Digo lo anterior, porque son muchos, los que igual con toda la buena fe del mundo, y en pos de mantener una relación de un cliente con el que han tratado años y años sin problemas, se avienen a negociar con ellos, a modificarles las condiciones o lo que sea, y como decía, atención, pues puede que ese buen cliente, hoy no sea tan buen cliente y voluntariamente o no, sólo sea un espectro hundido de lo que era, ¡qué no nos arrastre con él!